¿Qué harían ustedes?
En algún momento de su vida, comenzando su adolescencia, notó que aparentemente la razón por la cual todos vivían felices eran unos extraños anillos que llevaban puestos todo el tiempo.
Estos anillos tenían diferentes formas y colores y a las personas les gustaba utilizarlos en diferentes dedos o a veces en los dedos de los pies. También algunos afortunados lograban cambiarles de color con lo cual su felicidad parecía aumentar hasta límites insospechados.
Inmediatamente después, se dio cuenta de que él no llevaba uno de esos anillos, por lo cual se propuso firmemente conseguir uno. Lo que más quería en este mundo era un anillo como esos, nada más. Con este fin comenzó a consultar a todas las personas sobre el origen de los anillos que llevaban pero nadie parecía poder darle una respuesta.
Peor aún, las personas parecían ignorar que sus anillos eran el motivo de esa felicidad que a él tanta falta le hacía, hecho que contribuyó a aumentar su frustración.
Por supuesto que su primera sospecha fue que todos le negaban el conocimiento de la fuente que les proveía de sus anillos y que en realidad le ocultaban que estos eran la razón de su felicidad.
Esta idea lo llevó al estúpido intento de fabricar su propio anillo. Tomó el mango de una cuchara, lo cortó y lo dobló hasta formar un anillo al que, luego de soldarlo, le incrustó la piedra más rara que encontró entre unos viejos cajones llenos de chucherías que guardaba en su casa.
Salió de su casa orgulloso, vistiendo su falso anillo. Se dirigió en una noche fresca a uno de esos lugares donde iba siempre la gente con anillos.
Cuando entró, su sorpresa no podría haber sido mayor. Una cantidad incontable de gente se movía al mismo ritmo guiados por un mismo ruido extraño y lo más notable eran que todos sus anillos brillaban como nunca y los hacía unirse, a muchos en parejas, otros en pequeños grupos y de vez en cuando grupos más grandes.
Creo que no hace falta aclarar que dentro de ese lugar había un solo anillo que no brillaba: el suyo. También se sentía totalmente incapaz de acoplarse a esos grupos y a ese ruido y no pasó mucho tiempo hasta que un par de tipos con unos anillos enormes le pidieron que se fuera de ahí.
Luego de este episodio, llegó a la dura conclusión de que él no pertenecía a ese mundo de gente con anillos y decidió abandonarlo para siempre. Durmió lo poco que pudo, armó un bolso lo más liviano posible y emprendió, completamente solo, su camino sin rumbo.
Atravesó campos, valles, montañas, desiertos y ciudades extrañas. Como era de suponerse, todos estos lugares estaban habitados por personas con anillos, lo cual agrandó su desconcierto. No sabía hacia dónde ir.
Finalmente, luego de varios días más, llegó a un lugar de lo más raro. Al verlo de lejos, la entrada del lugar le recordó la de un cementerio. Al acercarse, vio dentro de ella una gigantesca casa de una única planta, pintada de un color gris claro.
Como estaba agotado, optó por entrar a ver si había alguien que pudiera darle asilo por ese día. Dio algunos pasos por la entrada hasta que un llamado lo sobresaltó.
Un sombrío hombre salió de la casa y lo tomó por sorpresa, pero al darse cuenta ambos de que el otro era inofensivo, se saludaron amablemente.
Una de las primeras cosas que hizo el muchacho, que seguía obsesionado, fue mirar las manos del viejo y se sorprendió al ver que no llevaba ningún anillo. Luego de un momento, empezaron a salir otras personas: viejos, jóvenes, mujeres, niños y ninguno llevaba anillo.
Ellos se dieron cuenta inmediatamente de por qué el extraño se sorprendía de esa manera. Incluso parecía que ya lo conocieran. Parecía que él no era un extraño.
Cuando volvió en sí, las preguntas saltaron de su boca como la cascada más alta: ¿por qué no tienen anillos? ¿Qué tienen de especial esos anillos para hacer tan feliz a la gente? ¿Ustedes son felices?
La respuesta lo dejó boquiabierto: -No los tenemos porque no los necesitamos, no tienen nada especial, le respondió el viejo. Le dijo que era una falsa ilusión que las personas se hacían. Que al no creerse capaces de hacerse felices entre sí, necesitan delegar ese poder en algo material, por ejemplo un anillo. Así podían vivir felices y sin preocupaciones.
Por último agregó: -Por eso las personas sin anillos como vos y como nosotros, encontramos insoportable a ese mundo. Por eso existe este pequeño lugar para nosotros, que por supuesto estás invitado a habitar. Aunque también tienes una segunda opción
Entonces, una de las mujeres se acercó con una pequeña caja, la abrió y ahí estaba el anillo más hermoso que el muchacho hubiera visto jamás.
Le propusieron elegir entre lo que él había buscado por tanto tiempo o esta nueva oportunidad de una vida totalmente nueva y desconocida.
El joven pasó la noche en ese lugar, pero sin dormir. La pasó pensando en qué haría de su destino. Se levantó con el canto del gallo, fue a buscar al viejo y le dijo: -No necesito pensarlo más, he tomado mi decisión.
Estos anillos tenían diferentes formas y colores y a las personas les gustaba utilizarlos en diferentes dedos o a veces en los dedos de los pies. También algunos afortunados lograban cambiarles de color con lo cual su felicidad parecía aumentar hasta límites insospechados.
Inmediatamente después, se dio cuenta de que él no llevaba uno de esos anillos, por lo cual se propuso firmemente conseguir uno. Lo que más quería en este mundo era un anillo como esos, nada más. Con este fin comenzó a consultar a todas las personas sobre el origen de los anillos que llevaban pero nadie parecía poder darle una respuesta.
Peor aún, las personas parecían ignorar que sus anillos eran el motivo de esa felicidad que a él tanta falta le hacía, hecho que contribuyó a aumentar su frustración.
Por supuesto que su primera sospecha fue que todos le negaban el conocimiento de la fuente que les proveía de sus anillos y que en realidad le ocultaban que estos eran la razón de su felicidad.
Esta idea lo llevó al estúpido intento de fabricar su propio anillo. Tomó el mango de una cuchara, lo cortó y lo dobló hasta formar un anillo al que, luego de soldarlo, le incrustó la piedra más rara que encontró entre unos viejos cajones llenos de chucherías que guardaba en su casa.
Salió de su casa orgulloso, vistiendo su falso anillo. Se dirigió en una noche fresca a uno de esos lugares donde iba siempre la gente con anillos.
Cuando entró, su sorpresa no podría haber sido mayor. Una cantidad incontable de gente se movía al mismo ritmo guiados por un mismo ruido extraño y lo más notable eran que todos sus anillos brillaban como nunca y los hacía unirse, a muchos en parejas, otros en pequeños grupos y de vez en cuando grupos más grandes.
Creo que no hace falta aclarar que dentro de ese lugar había un solo anillo que no brillaba: el suyo. También se sentía totalmente incapaz de acoplarse a esos grupos y a ese ruido y no pasó mucho tiempo hasta que un par de tipos con unos anillos enormes le pidieron que se fuera de ahí.
Luego de este episodio, llegó a la dura conclusión de que él no pertenecía a ese mundo de gente con anillos y decidió abandonarlo para siempre. Durmió lo poco que pudo, armó un bolso lo más liviano posible y emprendió, completamente solo, su camino sin rumbo.
Atravesó campos, valles, montañas, desiertos y ciudades extrañas. Como era de suponerse, todos estos lugares estaban habitados por personas con anillos, lo cual agrandó su desconcierto. No sabía hacia dónde ir.
Finalmente, luego de varios días más, llegó a un lugar de lo más raro. Al verlo de lejos, la entrada del lugar le recordó la de un cementerio. Al acercarse, vio dentro de ella una gigantesca casa de una única planta, pintada de un color gris claro.
Como estaba agotado, optó por entrar a ver si había alguien que pudiera darle asilo por ese día. Dio algunos pasos por la entrada hasta que un llamado lo sobresaltó.
Un sombrío hombre salió de la casa y lo tomó por sorpresa, pero al darse cuenta ambos de que el otro era inofensivo, se saludaron amablemente.
Una de las primeras cosas que hizo el muchacho, que seguía obsesionado, fue mirar las manos del viejo y se sorprendió al ver que no llevaba ningún anillo. Luego de un momento, empezaron a salir otras personas: viejos, jóvenes, mujeres, niños y ninguno llevaba anillo.
Ellos se dieron cuenta inmediatamente de por qué el extraño se sorprendía de esa manera. Incluso parecía que ya lo conocieran. Parecía que él no era un extraño.
Cuando volvió en sí, las preguntas saltaron de su boca como la cascada más alta: ¿por qué no tienen anillos? ¿Qué tienen de especial esos anillos para hacer tan feliz a la gente? ¿Ustedes son felices?
La respuesta lo dejó boquiabierto: -No los tenemos porque no los necesitamos, no tienen nada especial, le respondió el viejo. Le dijo que era una falsa ilusión que las personas se hacían. Que al no creerse capaces de hacerse felices entre sí, necesitan delegar ese poder en algo material, por ejemplo un anillo. Así podían vivir felices y sin preocupaciones.
Por último agregó: -Por eso las personas sin anillos como vos y como nosotros, encontramos insoportable a ese mundo. Por eso existe este pequeño lugar para nosotros, que por supuesto estás invitado a habitar. Aunque también tienes una segunda opción
Entonces, una de las mujeres se acercó con una pequeña caja, la abrió y ahí estaba el anillo más hermoso que el muchacho hubiera visto jamás.
Le propusieron elegir entre lo que él había buscado por tanto tiempo o esta nueva oportunidad de una vida totalmente nueva y desconocida.
El joven pasó la noche en ese lugar, pero sin dormir. La pasó pensando en qué haría de su destino. Se levantó con el canto del gallo, fue a buscar al viejo y le dijo: -No necesito pensarlo más, he tomado mi decisión.
7 comentarios
Claris (y no me digas clarisa que para eso tengo un nick tan bonito) -
Claris -
Foqui -
Por cierto, yo creo que me quedaría con el anillo... pero paciencia que en una de esas se viene la continuación...
Claris -
Foqui -
Así que gracias, porque la verdad que lo único que me molesta de mi relato es que parece algo evidente que el muchacho va a rechazar el anillo y en realidad a mí me gustaría que dudaran más luego de leerlo.
Pero bueno, tal vez un día llegue la segunda parte...
lokochu -
segundo...hmmm...me quedo con el anillo o no? supongo q me quedaria a vivir en ese lugar sin usar anillos...pero tomaria uno para salir los fines de semana con el anillo a algun lugar de gente con anillos...o_O
claris (no me fumé nada raro, eh!) -
No veo nada de malo en esto, en realidad no creo que tengamos que ser tan estrictos en cuanto a si algo es o no "la verdad absoluta" (como venían discutiendo); me parece más importante pensar en si le hace bien o no a una persona. De todos modos, una ilusión puede vivirse sólo si se cree en ella... por eso, en mi opinión, desde el momento en que el hombre del texto
se entera de que no hay poder alguno asociado a los anillos, ya no tiene más opción que rechazarlos.
Se me ocurre compararlo con lo que me pasa a mí en particular con la religión: veo que trae felicidad a la vida de mucha gente, sin embargo yo nunca creí en Dios. Aunque piense que "creer" sería más lindo y reconfortante, no siento que pueda elegir.