Parado frente a la puerta, Marcos se puso el guardapolvo blanco, que le quedaba largísimo, y el casco, también blanco. Atraído por una fuerza inexplicable, casi sin la voluntad de sus acciones, cruzó aquella pesada puerta blindada para entrar a aquel lugar que parecía una especie de depósito.
Dio un paso más hasta que el ruido con el que se cerró la puerta lo dejó helado en su lugar.
Estaba en un enorme galpón, con el techo a unos diez o quince metros de altura y grandes estructuras metálicas en forma de estanterías gigantes que almacenaban cajas de cartón. Estas cajas eran más o menos del tamaño de un auto pequeño y no tenían ningún tipo de etiqueta que pudiera sugerir algo sobre su contenido.
Marcos caminó siguiendo un par de líneas amarillas paralelas que lo guiaban sobre el piso gris, a lo largo de los pasillos que quedaban formados por las estanterías.
Llegó a una especie de patio interior, en el que había cajas más pequeñas que antes. El techo de chapa tenía en ese lugar una parte transparente que dejaba entrar algo de luz del día, un día gris por lo que podía notarse.
Se sintió cansado y quiso volver sobre sus pasos para salir de allí, pero recordó aquella puerta blindada y dio por seguro que sería imposible volver a abrirla. Se disponía a seguir adelante pero descubrió que la única salida que quedaba de ese patio interior estaba bloqueada por un inmenso charco de barro.
Sin explicarse cómo todos los demás caminos que conducían a ese patio habían desaparecido detrás de las cajas, se dispuso a cruzar aquel charco pero se dio cuenta de que no llegaría jamás a saltarlo y de que llevaba puestas sus nuevas zapatillas. Al mismo tiempo, vio entre tantas cajas, un par de botas de goma que seguramente serían mejores para cruzar el obstáculo que se interponía en su camino.
Lamentó en el fondo del alma abandonar su nuevo calzado por unas barrosas botas pero se las puso sin lagrimear y siguió andando.
Luego de un tiempo más, se encontró con un lugar lleno de cajas vacías y desarmadas. Era cartón corrugado común y corriente.
El sueño lo invadió y apenas tuvo la energía suficiente como para improvisar una cama de cartón y acostarse allí.
Vaya uno a saber cuánto tiempo después, un pequeño golpecito en el rostro lo hizo despertar. Un leve repiqueteo y la sensación de tener el rostro húmedo le hicieron darse cuenta de que aquel techo de chapa no era perfecto, al menos tenía una gotera, que dejaba pasar la lluvia. Taparse con el casco no lo ayudó pues el golpeteo en el plástico era aún más insoportable y mover su cama de lugar implicaría desvelarse así que decidió levantarse y seguir andando.
El lugar estaba bastante más oscuro pero al parecer la luna lo ayudaba a poder ver lo indispensable.
Mientras el ruido de la lluvia sobre el techo se iba haciendo más intenso, Marcos continuó caminando casi a tientas, hasta que, al agarrarse de una de las estanterías metálicas, se pinchó con un clavo o con alguna parte que sobresalía del metal.
Luego de varios insultos lanzados al aire, pudo ver en el suelo un par de guantes de jardinero que se puso sin pensarlo dos veces. Lo que también notó al mirar debajo de él, fue que no estaban allí las líneas amarillas que venía siguiendo. Ahora sí que no tenía la menor idea de cómo salir de allí.
En ese momento lo invadió la desesperación, gritó con todas sus fuerzas y le dio un fuerte puñetazo a una de las cajas. El golpe hizo temblar toda la estantería entera. Una de las cajas que estaban más arriba se precipitó hacia el suelo y cayó al lado de Marcos.
Se sintió un fuerte estallido y Marcos se vio en medio de una nube de polvo. Otra caja cayó cerca de donde él estaba y por primera vez sintió miedo. El hambre y la sed hacían la situación todavía más estresante. Para colmo ahora apenas podía abrir los ojos del polvo que había en el aire.
Siguió avanzando a tientas hacia cualquier lado y pateó una caja más pequeña que parecía tener algún objeto dentro. La abrió como pudo y sacó de ella un par de gafas protectoras y un barbijo.
Se los puso y se sintió algo más tranquilo, lo suficiente para poder seguir con su camino, aunque, pensándolo bien, ya no tenía camino.
El polvo fue cediendo mientras se alejaba del lugar del incidente. Se le ocurrió mirarse y le costó contener la risa, parecía disfrazado de una mezcla entre minero y farmacéutico.
Esa pequeña distracción pareció devolverle algunas fuerzas. Se sintió resuelto a terminar con esa situación.
Fue hasta el final del pasillo en el que estaba. Ese pasillo se bifurcaba en dos caminos que estaban completamente oscuros, como si la luz sencillamente no pudiera pasar por allí.
Respiró hondo y corrió hacia la derecha a toda velocidad. Luego de algunos pasos, tropezó con algo y cayó duramente al suelo.
Si no sabía cuánto tiempo había pasado en aquel depósito, menos aún tenía idea de cuánto había pasado inconsciente. Se levantó y una fuerte luz lo cegó. En realidad no era tan fuerte, pero sus ojos se habían habituado a la oscuridad.
Cuando por fin pudo ver, se tocó la cabeza. No tenía sangre, ni siquiera un chichón. No tenía hambre ni sed. No estaba disfrazado, vestía un jean, un sweater rojo y sus zapatillas. Ya no estaba en el galpón, estaba en una especie de parque, con un pasto del color verde más vivo que había visto jamás.
Enfrente suyo, cruzando el parque, había una chica que parecía mirarse extrañamente, como si estuviera en la misma situación que él. Ella también lo vio, sus miradas se encontraron y comenzaron a acercarse el uno al otro temerosamente.
Cuando estuvieron más cerca, se detuvieron. Tardaron unos segundos en comprender la situación. Luego, no pudieron hacer más que sonreírse el uno al otro, se tomaron de la mano y comenzaron a caminar. Juntos. En la misma dirección.