Suena el despertador, el hombrecillo se levanta, siempre por el lado derecho de la cama. Va al baño, se lava los dientes, se ducha, se afeita. Desayuna café descafeinado con leche descremada y galletitas de agua.
Se pone su camisa blanca, su traje, sus zapatos. Sale hacia el trabajo. Siempre llega temprano, no es que sea puntual, es que odia saludar a todos.
Su escritorio está ordenado, lo único que siempre anda dando vueltas por ahí es esa pelota que tiene para estrujar cuando se pone nervioso.
No le importa mucho lo que hagan las demás personas, ni siquiera lo que hagan los demás hombrecillos como él.
El hombrecillo almuerza algo liviano, bebe agua mineral y de postre una manzana. Ni hablar de fumar un cigarrillo.
Por la tarde continúa su trabajo, sólo interrumpido por una nueva taza de café instantáneo descafeinado.
Los rayos que emana el monitor no parece afectar a los ojos del hombrecillo, su cornea es invencible.
Cuando comienza a caer la noche, apaga la computadora, vuelve a ponerse tu traje y sale del edificio con la mirada baja.
Vuelve a su casa caminando para no utilizar el subte en hora pico.
Llega a casa, se saca los zapatos y se pone las pantuflas. Se lava las manos y la cara.
Prende la TV pero no la mira. Para cenar, una pechuga de pollo y arroz.
Se va a la cama temprano.
El hombrecillo no sueña, sólo duerme.
Suena el despertador, el hombrecillo se levanta, nuevamente por el lado derecho de la cama.
Va al baño, se lava los dientes, se ducha, se afeita. Desayuna café descafeinado con leche descremada y galletitas de agua.
Se pone otra camisa blanca, el mismo traje, los mismos zapatos. Nuevamente llega temprano al trabajo y no necesita sonreír.
Su escritorio sigue ordenado, salvo por la taza que quedó allí desde la tarde anterior.
Como aceptando el desafío de la taza, decide almorzar allí mismo en el escritorio, una ensalada que contiene las sobras del pollo de anoche. La acompaña con jugo de naranja.
El trabajo sigue adelante Una breve charla con el jefe, todo marcha bien.
No más café por esta tarde, pero sí un yogurt descremado.
El día llega a su fin. El hombrecillo vuelve a su casa. Esta vez se toma un taxi.
Sube a su departamento, se saca los zapatos y se pone las pantuflas. Se lava las manos y la cara.
Prende la radio pero no la escucha.
No tiene ganas de cocinar, con un sándwich de jamón y queso basta.
Aquel libro sigue en su mesita de luz pero prefiere una película. Una dramática, pero el hombrecillo no llora.
Nuevamente a la cama, sólo para dormir, no para soñar.
Suena el despertador, el hombrecillo se levanta...